Las bacterias que sobreviven en los reactores nucleares podrían ser nuestra arma secreta para las vacunas futuras.
Corría el año de 1956 cuando un equipo de investigadores de la Universidad de Oregón, que trabajaba en una máquina experimental para esterilizar carne en conserva (previo bombardeo de la lata con “rayos gamma”) descubrió a cierto microbio duro de roer. Aquella bacteria que se empeñaba una y otra vez en echar a perder la carne, recibió el nombre de Deinococcus radiodurans, precisamente por su capacidad asombrosa para sobrevivir a altas dosis de radiación. Desde entonces y hasta nuestros días, unos pocos equipos científicos diseminados por el globo han venido estudiando y comprendiendo los trucos que confieren su extraordinaria resistencia a este súper héroe del mundo de los microbios (de hecho hay quien se refiere a él humorísticamente como “Conan the bacterium”).
¿Es para tanto? Baste decir que sobrevive a radiación de hasta 5.000 grays, lo cual equivale aproximadamente a 1.500 veces la dosis que mataría a un ser humano.
Se conoce como extremófilos, a aquellos organismos capaces de sobrevivir en ambientes que cualquier otro organismo consideraría hostiles, por sus elevados gradientes de temperatura, acidez, radiación, presión o toxicidad. Obviamente el D. radiodurans es un extremófilo, pero no uno cualquiera (como por ejemplo el Pyrolobus fumarii, especialmente adaptado a los afloramientos hidrotermales del fondo del océano) sino todo un campeón.
De él se dice que es un “generalista” robusto, capaz de sobrevivir a exposiciones prolongadas a casi cualquier cosa, desde químicos tóxicos hasta ácidos corrosivos. Sitúale en un desierto de calor sofocante, o en una región polar con temperaturas bien por debajo del cero y ni “pestañeará”. Se le ha detectado en los tanques de refrigeración de los reactores nucleares y ha sobrevivido a la exposición directa al vacío del espacio. De hecho, si quisiéramos colonizar Marte con organismos terrestres, el D. radiodurans sería un magnífico candidato.
Bien, una vez rendida la pleitesía debida a un organismo tan “resistente a todo”, vamos a comenzar a hablar del tema que realmente nos interesa. Cómo podría ayudar esta bacteria a acelerar y simplificar los procesos de creación de vacunas seguras, que como es bien sabido pueden llegar a durar – en circunstancias normales – hasta una década de trabajo. Para explicarlo antes debemos explicar cómo funciona el mecanismo que permite sobrevivir a dosis tan altas de radiación a nuestro Conan extremófilo.
Y para hacerlo debemos hablar de Mike Daly, un biólogo molecular de los Servicios Universitarios Uniformados (institución científica dependiente del Pentágono) que lleva muchos años estudiando al D. radiodurans. Actualmente, Daly trata de aplicar todo su conocimiento sobre esta bacteria en un proyecto que intenta fabricar una vacuna contra la polio partiendo de cero.
¿Por qué polio y no coronavirus? Bien, muchos trabajos experimentales destinados a dar con nuevas metodologías en la creación de vacunas, usan al patógeno de la polio en sus ensayos y pruebas de concepto, debido sobre todo al conocimiento acumulado que se tiene sobre esta enfermedad desde hace décadas.
La idea de colaborar en un trabajo así de alejado de su campo de acción, se le ocurrió a Daly tras observar la estrategia seguida por el D. radiodurans para sobrevivir a dosis letales de radiación. El “súper poder” de la bacteria reside en un conjunto de nuevas proteínas, capaces de reparar los daños en el ADN y ARN producidos por la exposición a la radiación.
Fuentes: // Yahoo Noticias // Foto CC vista en Wikipedia / crédito USU Michael Daly // Miguel Artime //
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