Informática: Dejé atrás mi smartphone por un celular simple y encontré una verdad que muchos ocultan.

 




EEsta es mi vivencia con un dispositivo móvil desprovisto tanto de WhatsApp como de redes sociales.

La escena suele resultar desoladora: al echar un rápido vistazo por la calle, uno se encuentra con una multitud de individuos —quizá la mayoría— sumidos en sus móviles, con los cuellos doblados y absorbidos por las pantallas. Lo mismo sucede en lugares turísticos o restaurantes de calidad: la prioridad es tomar la foto o el selfie. Y ni hablar del tormento de las notificaciones.

¿Es viable vivir sin depender de un móvil? En una charla sobre este tema con un cercano amigo, reveló algo que asusta al compartirlo: "Pasé todo el verano con un Nokia 3310 y fui la persona más feliz del planeta". Casi me caigo de la silla al escucharlo.

Este amigo confesó que vivía estresado por estar siempre pendiente del WhatsApp. Después de informar a todos previamente, cometió la "herejía" de sacar la tarjeta SIM de su iPhone y ponerla en ese teléfono antiguo: sin datos, sin redes sociales.

La tentación era demasiado grande como para no probarlo: me interesé por el fabricante suizo Punkt y decidí experimentar con su 'extremadamente atractivo' MP02. Este modelo combina lo mejor de ambos mundos: 4G para conexión a internet con otros dispositivos (en caso de que quiera conectarme desde mi computadora portátil), pero sin aplicaciones ni complicaciones: solo sirve para hablar.

El costo de desconectar

Y llegó el día. El plan no era muy ambicioso (¿o quizás sí?): decidí convertirme en un ermitaño digital un viernes por la noche. ¿Qué podría salir mal? Ese día lo pasamos dando un paseo y tomando algo por ahí… Pero el primer obstáculo no tardó en aparecer. Asumiendo que no tenía WhatsApp ni redes sociales (de eso hablaré más adelante), fuimos a cenar unos bocadillos al bar de siempre, y después, muy seguro de mí mismo, dije "con tarjeta, por favor". Dicho esto, metí la mano en el bolsillo y saqué el MP02 para sorpresa de todos. Primer golpe duro y no esperado: obviamente, no se puede pagar con ese móvil.

Resuelto este primer problema, anoté mentalmente que durante los días de desconexión tendría que usar mi tarjeta de crédito para pagar. Bueno, no era un gran problema. Seguimos con el plan del fin de semana y nos subimos al coche. Confíado, presioné el botón del volante que activa a Siri y le dije "pon música que me guste": la respuesta fue nada, solo un extraño mensaje de error. Por supuesto, no había CarPlay, no había música... así que sintonizamos la radio. ¡Vaya con la desconexión! No pasa nada. Seguimos adelante con nuestros planes.

Mientras paseábamos por la ciudad, noté una tendencia a tocar el móvil ¿había vibrado o solo me lo parecía? Sacaba frecuentemente el hermoso Punkt para encontrarme con la pantalla exactamente como la había dejado. Eran los primeros síntomas del tan esperado síndrome de abstinencia. Y lo peor no era descubrir que nadie me había escrito: era que mi mente iniciaba una peligrosa espiral de pensamientos. "¿Cómo estará (inserta aquí a tu ser querido)?", "¿Habrán enviado algo urgente desde el trabajo?"... Una verdadera tortura que nos impulsaba a volver a casa cuanto antes.

De camino al coche, nos topamos con un escaparate que mostraba una atractiva oferta de un producto. Sin problema: tomé una foto y en casa, con calma, decidiría si valía la pena o no. Saqué nuevamente el MP02 del bolsillo y... ¡Sorpresa! No tenía cámara. Tampoco medía los pasos, ni contaba con un asistente de voz al que dar órdenes. En pocas horas, comprendí que un smartphone resuelve tareas que ya damos por sentadas y que hemos incorporado a nuestras vidas. ¿Realmente quería volver a usar la tarjeta de crédito? ¿Y escuchar la radio en lugar de Apple Music?

Un trago agridulce

Los días siguientes de desconexión, después de la frustración inicial, fueron lo que uno espera al embarcarse en este tipo de aventuras: silencio y paz. Lo primero que hay que mencionar es que casi nadie llama por teléfono. ¿Era esperable? Puede ser, pero tampoco se tiene la sensación de perderse algo realmente importante. De hecho, el no estar disponible a través de WhatsApp ni redes sociales actúa como un filtro, y un filtro bastante efectivo: de repente, descubres que no pierdes ni un solo segundo dedicado a la mensajería o a mostrar tu vida en Instagram.

Es la primera evidencia que presentan los llamados "teléfonos simples": los "simples" somos nosotros, los que desperdiciamos el tiempo en cosas triviales que no aportan nada y nos roban valiosos minutos y horas cada día. Y eso debería ser motivo suficiente para reflexionar. Desafortunadamente, no podemos desconectar por completo y de manera permanente, pero sí podemos plantearnos hasta qué punto estamos malgastando un tiempo valioso a cambio de muy poco o nada. ¿Hay algún problema en responder a un WhatsApp algunas horas más tarde? ¿Qué beneficio obtenemos de pasar tanto tiempo en TikTok o Instagram?

La prueba me sirvió para redescubrir las sensaciones que se experimentan cuando uno llega a una zona sin cobertura y no tiene otra opción más que mirar a su alrededor o disfrutar del paisaje. Esta experiencia ha llegado para quedarse, al menos durante los fines de semana, y así, recuperar una parte de nuestra vida que hemos entregado a cambio de nada.

Conclusión

En conclusión, la experiencia con un "teléfono simple" resultó ser un viaje de autodescubrimiento, un desafío a la dependencia tecnológica y un recordatorio de que la vida sigue siendo rica y plena más allá de las pantallas.

Aunque renunciar por completo a los smartphones no es realista ni deseable para muchos, este experimento me enseñó el valor de desconectar, de vivir el momento y de priorizar las interacciones humanas directas. Al recuperar horas antes dedicadas al absurdo digital en el que nos encontramos atrapados, redescubrí placeres simples y olvidados, y me reencontré con un ritmo de vida más tranquilo.

Esta aventura no consiste en rechazar la tecnología, sino en reevaluar y ajustar nuestra relación con ella, para asegurarnos de que somos nosotros quienes controlamos nuestras herramientas y no al revés. Un equilibrio entre conexión y desconexión parece ser la clave para una vida más equilibrada y consciente.

Fuentes: // Yahoo Noticias // Imagen de Google // Jose Mendiola //


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